Son sólo 212 km separando buena vista, la capital de Roraima, de Santa Elena de Uairen, del lado venezolano de la frontera.
Y lo que hace pocos años era una invitación a uno de los paraísos de América del sur, hoy más parece la entrada de un campo de concentración nazi.
El Caribe de Venezuela, con las bellísimas playas de Tucacas, Los Roques, Margarita y Puerto la Cruz, y las bellezas naturales del Salto Ángel y de la Cordillera de los Andes, volvieron la tierra de un pueblo, en desesperación, con hambre y muertes.
Parece castigo a quien haya cometido un gran crimen contra la humanidad, pero no lo es.
Lo que está pasando en Venezuela es resultado de la incapacidad de entendimiento entre gobierno y oposición y la insistencia de un grupo de mantenerse en el poder.
Venezuela vive la miseria de países africanos marcados por guerras étnicas o controlados por déspotas que viven en palacios suntuosos a expensas del empobrecimiento de su pueblo.
La mayor reserva internacional de petróleo y todas las demás riquezas venezolanas son un contra-sentido al estado de miseria que tomó el país de norte a sur, del este al oeste.
El pueblo venezolano está muriendo.
Las instituciones terminaron, no hay respeto a la democracia, los opositores son arrestados, torturados y muertos, falta comida y remedios para la población.
El presidente y el grupo a su entorno buscan justificación en las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos hace menos de tres años para explicar una crisis que ya dura seis años.
Sin diálogo aceptable y sin disposición para re-democratizar el país, Venezuela va muriendo a pesar de tener todos los medios para salir de la crisis.
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